Vistas a la página totales

ROCÍO MAÑANERO

Desde muy pequeña, una vez que aprendí lo que era el rocío mañanero me escapaba de la casa y salía al jardín para sentirlo sobre mi rostro y mi piel. Me renovaba, me daba energía para comenzar el día. Las pocas veces que no pude salir a disfrutarlo, decía que ese día no habría rocío porque me era fiel y no caería si no podía refrescar mi piel. El hábito de esperar el rocío cada mañana, por voluntad propia, me disciplinó a madrugar mucho. Me disfrutaba el silencio de la madrugada, todos aún dormían y yo me regocijaba desinhibida en el jardín con mi compromiso mañanero.

Los años nunca me hicieron desistir de tan placentero comienzo matutino. Me lo disfrutaba en soledad, solos el rocío y yo, jamás me interesó que alguien me acompañara a vivirlo conmigo. Era mío, era mi momento de esparcimiento, un romanticismo platónico con las sublimes salpicadas de la energía formada como batalla campal entre la humedad del aire y la frialdad del suelo y la vegetación, para mi era especial y liberador, era mi rocío.


Mi vida no fue la mejor, aunque nunca nada me faltó. Mis padres no se amaban, se apareaban y se multiplicaron ya fuera por amor o por necesidad carnal. Éramos muchos en la casa, más mi abuela y una tía solitaria que jamás se enamoró ni fue feliz. Por eso mis mañanas en soledad eran mi tesoro más preciado. Lograba escuchar mis pensamientos y soñar.

Por ley de vida y por necesitar crecimiento e independencia me mudé de la casona de mis padres. Me dolió abandonarlos, pero era necesario. Era la mayor de una manada de chamacos jadeantes, gritones, desgreñados y fui la primera que abandonó del nido. Mi padre protestó, mi madre se limitó a bendecirme y desearme lo mejor con la condición de que jamás la olvidara. “Será imposible mamá”-le dije al partir y caminé abandonando la casa sin mirar atrás.

En una ciudad de cemento, un mundo nuevo y moderno me adapté por necesidad y no me fue tan mal. Trabajé como mesera y me pagué una carrera corta. Me gradué con honores y ya estaba lista para un mercado laboral distinto. Conseguí empleo en una compañía pequeña, no me paga mucho, pero sí lo suficiente para pagar un apartamento modesto y sobrevivir. El apartamento tenía un pequeño jardín frontal, esencial para recibir mi rocío.

Mi lugar de trabajo esta localizado en una avenida muy concurrida y atestada de negocios. La población laboral en la zona era tan amplia que te tropezabas con pequeños kioskos y cafeterías. A lo hora del receso de almuerzo las calles se convertían en un caos, caos que disfrutaba y me complacía caminar apretujada entre la gente, me recordaba mi familia, mi hogar atestado de chamacos, mi madre corriendo como loca, mi padre gritando y dándole instrucciones, mi abuela en la cocina y la tía sonámbula en su letargo de soledad. En mi nuevo ambiente me codeaba con todo tipo de personas y en poco tiempo hice amistades. Acostumbraba visitar la misma cafería todos los días, tenían un menú variado y los precios eran módicos. Almorzabas con quien te tocara a la mesa y así conocí a Harry.

Harry era un adulto joven con apariencia de chico malo. Era muy atractivo y reconocía su elegancia y el magnetismo que tenía entre las asiduas mujeres de la cafetería, pero lo manejaba con humildad y distancia. No hablaba con nadie, nunca sonreía y pienso que no lo hacía con aires de altanería, porque siempre se escondía entre sus hombros. Era inevitable mirarlo y acariciar las pupilas con su varonil aspecto. Inspiraba rudeza y masculinidad pura, pero tenía una mirada cálida, hasta diría que  tímida. Las mujeres en la cafetería celebraban su presencia y le piropeaban con descaro, él jamás miró a ninguna ni respondía a sus comentarios algunas veces hasta soeces e insinuantes. Harry lleva el cabello largo, negro azabache en una cola. Tenía la piel muy blanca y las mejillas ligeramente rosadas. Poseía unos ojos espectaculares marcados por unas cejas muy negras y abundantes que completaban aquel rostro casi perfecto digno de admirar.

Un medio día salí un poco más temprano a mi hora de almuerzo. En la cafetería todavía no había mucha gente y entre los pocos estaba Harry. Él nunca almorzaba allí, compraba para llevar y ese día en particular no abandonó la cafería. La mayoría de las mesas estaban vacías pero se sentó conmigo. Con ceremonia y una voz gruesa pero bien modulada me preguntó en dónde trabajaba. Le respondí con libertad y le hice la misma pregunta. Se me hacía difícil no perderme en su mirada cuando cruzamos palabras. Mientras almorzábamos, entre bocado y bocado cruzamos breves palabras. Según comenzó a llegar más gente a la cafetería, específicamente las mujeres nos miraban con sorpresa y hasta algo de imprudencia hasta que una de ellas hizo alusión a que el galán había decidido hacer conquista, todo porque era la primera vez que lo veían compartir allí con una mujer. Me provocaron incomodad y a Harry aún más. Ni terminó su almuerzo y se retiró no sin antes darme las gracias por haberle brindado buena compañía. “Igualmente, ha sido un placer, buenas tardes”-le respondí sonriendo y partió. Las víboras de la cafetería comenzaron a hacer comentarios de mal gusto por la partida tan abrupta de Harry una vez que ellas llegaron y comenzaron a decir imprudencias. Yo no necesitaba ese ataque indirecto y ser víctima de malas miradas, así que decidí marcharme también.

Durante los próximos días no coincidimos y disimuladamente paseaba la vista entre los presentes en el comedor con la esperanza de volverlo a ver. El viernes de esa semana me tocó de nuevo el turno de almuerzo temprano y coincidimos y almorzamos juntos. Los dos comimos con prisa para evitar la imprudencia de las víboras envidiosas y me preguntó si me podía acompañar de regreso a mi lugar de trabajo. Me pareció agradable el gesto y acepté que lo hiciera. Dominado por la curiosidad me preguntó si tenía novio, respondí que no y le hice la misma pregunta a la que respondió: “No exactamente”. Prefería no indagar y tomarlo como negativo aunque me causó duda su respuesta tan ambigua.

Sin decirle nada a Harry solicité en la oficina cambio de turno para mi hora de almuerzo para coincidir con él más a menudo. Hizo la observación y le respondí que me habían asignado el cambio. No era exactamente la verdad, pero no tenía la necesidad de darle detalles. Disfrutábamos de nuestro tiempo de almuerzo en tranquilidad y se nos hacía corto por el deseo que compartir un rato más. Se convirtió en rutina que me acompañara hasta la puerta del trabajo. Un viernes me comentó que si no tuviera compromiso me invitaba a compartir un rato después del trabajo. La invitación nunca se repitió y lo lamenté porque me hubiese gustado compartir más tiempo con él…

Ya lo esperaba a la hora de almorzar. Las víboras y nosotros ya no coincidíamos y compartíamos con más comodidad y libertad. En varias ocasiones teníamos algún tipo de contacto físico sencillo, algo así como un roce de manos, una caricia en la mejilla, intercambiábamos muchas sonrisas y el coqueteo surgió inevitablemente y al menos yo experimentaba algo de ansiedad sexual. El factor de haber crecido en un ambiente rural no me inhibía de tener necesidades y deseos como cualquier otra mujer. Al vivir en un núcleo familiar tan grande me limitaba de tener ratos sola para conocer mi cuerpo, pero a lo hora de bañarme cuando tenía unos minutos de soledad  me acariciaba y conocí mis zonas vulnerables. Harry me despertaba el apetito sexual, hambre por placer y compartirme pero ninguno daba el primer paso.

Mi vida era simple y conservadora. Me limitaba a trabajar y regresar a mi apartamento. Salía a hacer mis compras y observaba lo que era la realidad de la vida a través de un cristal imaginario porque me rodeaba y respiraba el aire de “ese mundo” pero no me integraba. En mis ratos de ocio ocupaba mi mente pensando en Harry. Soñaba ser mujer suya, entregarle mis ganas, desbordar mi curiosidad física en su cuerpo para liberar mis deseos y pasiones. Todas las noches, al borde de entregarme a soñar, le entregaba mis deseos. Soñaba con él a menudo, pero no se completaba nunca nada. Llegué a concluir que no podía ver en sueños lo que nunca había tenido… Así me despedía de la noche y en cada despertar me encontraba mojada y lujuriosa por tenerlo conmigo aunque fuera sólo por un momento.

Mi hábito de recibir el rocío nunca mermó. Era mi norma y cada día me sentía más feliz de poder disfrutarlo. Una mañana de otoño, cuando son más frías, salí a mi jardín y corté con mi cuerpo la fina niebla que lo cubría. Siempre salía descalza para disfrutarlo. La época del año no me permitía estar mucho rato afuera en mi rutina mañanera, pero le era fiel y para mí ya era necesario.

Saludando mis plantas y mojando mis dedos en mis gotas favoritas sentí un auto pasar con un sonido muy particular. No levanté la vista para mirarlo la primera vez, pero la segunda vez que pasó, muy despacio, lo observé por haber sentido un poco de miedo. Todavía estaba oscuro y la zona donde vivía era solitaria y algo peligrosa. Escuché la voz de un hombre llamarme en voz alta, di un brinco y mi reacción automática fue dar unos pasos hacia la puerta de mi apartamento, pero la curiosidad no me permitió entrar, “¿quién me conoce por aquí, quién me llama a esta hora?-pensé. El hombre se acercó despacio y me preguntó: “¿Alfonsina?”. “¡Harry” ¿Qué haces por aquí?-exclamé con sorpresa y alegría. “Paso por aquí todas las mañanas luego de comprarme un café, ¿aquí vives?”-preguntó. “Sí, ¿quieres pasar?-le pregunté con la esperanza que lo hiciera y para mi sorpresa aceptó.

Estacionó su auto, se me acercó y lo invité a pasar. No tardó en preguntarme: “¿Qué haces afuera a esta hora, está muy frío?” “Salgo todas las mañanas a acariciarme con gotas de rocío. Es una práctica que tengo desde muy joven”-respondí. “¿Por eso eres tan dulce y hermosa, por que te mojas con rocío?”-preguntó. Yo simplemente sonreí agradeciendo su cumplido.  Sin él saberlo, me acababa de despertar la necesidad de tenerlo, de ser suya. Era un momento inesperado, no planificado y le podía sustraer algún provecho. Me le acerqué sin perder el contacto con sus ojos, me le paré al frente, le tomé una mano y se la coloqué en la parte de atrás de mi cintura, lo seguí mirando y me le fui acercando a los labios, entonces cerré los ojos y esperé que me besara…

Lo que yo había pensado que sería suave y romántico resultó ser un desenfreno de caricias y besos apasionados. Los dos teníamos hambre y sed, nos devorábamos para saciarnos. Nuestras respiraciones eran profundas, jadeantes, de deseos reprimidos, de angustia porque llegara ese momento y el rocío nos unió…

Aunque lo deseaba con ansias, no conocía cómo respondería mi cuerpo, “es muy pronto para entregarme, no estoy lista todavía”.-pensé. Le ofrecí a Harry acariciarle su sexo con los labios y aceptó de buena gana. Le presenté una condición: “Permíteme hacerlo en el jardín, te paras de espaldas a la calle”. Aceptó, nos acomodamos en el jardín y comenzó a abrirse el pantalón, lo interrumpí y le dije: “permíteme” y levantó las manos para dejarme hacerlo. Le expuse su miembro inflamado, grueso, de cabeza grande, corto y con evidencia de haberse preparado en sólo unos minutos de contacto. Primero lamí su fluido cristalino con la punta de la lengua, luego le encerré la cabeza de su sexo con mis labios y le deslizaba la lengua en círculos y succionaba con fuerza, para terminar atragantándome del miembro entero.

Harry gemía en voz baja con quejidos prolongados que respondían a mi duda de saber si lo estaba complaciendo. No hizo falta mucho esfuerzo para llevarlo a alcanzar un orgasmo, derramó su placer en mi boca y me lo tragué por no saber qué más hacer él. Él quedó impresionado y muy alagado con ese detalle, para mi fue algo necesario por desconocimiento, pero si le pareció agradable, de existir otra oportunidad haría lo mismo de nuevo, todo por satisfacerlo. El darle cariño y atención me complacían, era una liberación de todas las ganas acumuladas por nuestro diario compartir.

Me puse de pie y Harry me besó por el cuello y las mejillas. Su semblante era distinto, lucía relajado, en paz, alegre... Harry era serio pero cuando estábamos juntos cambiaba por completo. Hoy habíamos compartido un momento íntimo y me satisfizo verlo sonreír con sinceridad. “Este hombre esconde delicadeza y dulzura detrás de ese aspecto confuso de chico malo”.-pensé y qué cómoda me hizo sentir.

“Bueno Harry me tengo que preparar para ir a trabajar, ¿nos vemos al almuerzo?”-le pregunté. “¿Pero y no me vas a dar la oportunidad de complacerte?, deseo tenerte, hacerte mía”-respondió con sorpresa. “Hoy no es el día, se me hace un poco tarde, regresa el viernes”-respondí. “¿Me puedo llevar al menos un beso de recuerdo?”—me preguntó con picardía. Y sin emitir palabras lo besé de manera tal que me recordara el resto del día…

Harry partió y avancé a prepararme para salir a trabajar. Cuando me duchaba pude salir de dudas; mi cuerpo había respondido como yo esperaba. Mi vagina estaba bañada en fluidos y todo mi órgano latía ansioso según me enjabonaba. “No tengo tiempo para acariciarme ahora, puedo esperar dos días y que Harry se hago cargo de mi y de todo esto que siento”-pensé. Terminé de arreglarme y me fui a trabajar. Fue un día pesado y de angustia, deseo incontrolable y suspiros. Mi vagina se mantuvo activa durante todo el día enviándome mensajes de recordatorio que existía una actividad inconclusa y me la pasé el día entero pasando al baño para limpiarme las excesos de ansiedad que ya me tenían las pantaletas húmedas.

A la hora de almorzar nos encontramos como de costumbre y Harry me sorprendió con una hermosa sonrisa. Yo no podía disimular mi ansiedad y le pregunté modulando mi voz para esconder mi ansiedad: “¿Me visitas esta noche?”. “No puedo, tengo un compromiso, paso mañana en la mañana como me lo indicaste”. Aunque mortificada y con un mal sabor por su habitual “tengo un compromiso” acepté de mala gana esperarlo hasta el viernes. No me atreví contarle cuánto lo necesitaba físicamente, haría un esfuerzo por contener las ganas y sobrevivir con ese deseo hasta la mañana próxima …

En la madrugada del viernes, salí a saludar el rocío como de costumbre y pocos minutos más tarde escuché el auto de Harry acercarse. Lo saludé desde el jardín, se estacionó y lo invité a entrar. Yo llevaba puesta una bata gruesa para protegerme el frío y la intemperie, pero no llevaba nada debajo. Harry se me acercó para saludarme y prácticamente le brinqué arriba producto de mi sofocante ansiedad sexual. Había analizado durante toda la noche mi posición y mandé al infierno la reputación, los chismes y el que dirán. Ya era una mujer, pueblerina pero en una gran ciudad, era hora de vivir a plenitud y gozar de placeres en buena compañía.

Harry respondió a mis besos sonriendo. “Era obvio que él gozaba de experiencia y yo no, pero los deseos son deseos y si tengo con quién desahogarlos no se debe perder el tiempo”-pensé. Lo tomé de la mano hasta mi habitación, dejé caer mi bata y le presenté mi cuerpo para que me acariciara y me hiciera sentir mujer. Me acarició los senos, me pasó las manos por todo el torso, los brazos, las caderas, las nalgas y expresó: “eres bien suave”. Me limité a sonreír. Lo comencé a desvestir y me dijo, “No tengas prisa, no trates de dominar el momento, deja que todo fluya con suavidad”. Me limité a escucharlo pero no pude contenerme más y le dije: “Tengo muchos deseos por ti, por sentirte en mi cuerpo, por entregarme a ti”. Lo sé Alfonsina, yo también te deseo intensamente, pero si te relajas lo vas a disfrutar más”. Opté por hacerle caso y someterme a sus caricias, me volvía loca de lujuria, sentía que me quemaba, que un ardor extraño pero agradable me invadía, me dejé seducir y entregarme a su ceremonia. Al fin se desnudó, me senté a los pies de la cama en lo que terminaba y se me fue acercando a los labios, me besaba y me hablaba a la vez pidiéndome que me acostara, me fue llevando y yo cediendo hasta que nos acomodamos en el medio de la cama y se posó sobre mi cuerpo.

Me daba besitos por doquier, me acariciaba la nariz con la suya y otros detallitos ínfimos que me provocaban sonreír. Pero lo más que me enloquecía era sentir la presencia de su miembro entre mis piernas, me provocaba ansiedad el sentirlo tan cerca y tan lejos. “¿Qué espera?”-me pregunté. Fui moviendo mis caderas para alcanzar mejor contacto con su sexo y el mío, levantaba las caderas para sentirlo más cerca del clítoris y la rigidez de su erección me provocarme placer. Mi humedad era bien abundante y me aproveché de ese factor para seguir moviéndome hasta que logré localizarlo en la entrada de mi vagina. La reacción de Harry fue: “Eres muy hábil, ¿tanto lo deseas?” Y con voz patética le dije que sí. “Dime cuánto me deseas”-me pidió. “Lo que necesito es que me complazcas ya”-le respondí como el que da una orden. “¡Tómame ya, necesito sentirte dentro de mi cuerpo, quiero tu sexo, dámelo ya!”-añadí para complacer sus deseos de solicitarle completar el acto.

Harry respondió sin palabras. Me penetró suavemente. Cada centímetro de su órgano entrando a mi cuerpo me hacía estremecer de placer. Me limité a cerrar los ojos y disfrutar en la oscuridad, agudizando mis sentidos para no perderme ni un instante de su atención y movimientos. Me acariciaba las entrañas con movimientos rítmicos despacio y fuerte, despacio y fuerte y cada vez gemía más. Estaba viviendo lo que verdaderamente se llama éxtasis y me lo estaba saboreando como si fuera la última vez. No era mi primera vez tampoco, pero hacía más de una década que no le entregaba mi cuerpo a un hombre.

Harry me penetró las veces que quiso y como le dio la gana. Se sostenía sobre las rodillas, se reclinaba sobre mi cuerpo, dimos vueltas en la cama hasta que entendió que era momento de terminar, me preguntó: “¿quieres terminar con fuerza? “Sí”-respondí por salir del paso, quería terminar sin importar como y me pidió acomodarme sobre las palmas y las rodillas. La penetración fue completa, sensación casi imposible de describir, sentí flojera en las extremidades cuando invadió completamente mi cuerpo de lo bien que sentí. Me impactaba con fuerza y me anunció que se acercaba al final. Yo me esmeré en mover mis caderas contra él para también disfrutar del placer a mi manera. Nuestros fluidos en conjunto emitían un sonido casi armonioso hasta que lo dejé de oír todo… Volví a sentir ese ardor tan particular que me quemaba, me gustaba, me lo disfrutaba y al Harry escuchar mis gemidos tan intensos y que dejé de moverme me penetró los más fuerte que pudo y en unos segundos me acompañaba con gritos y gemidos de placer por sexo deseado y satisfactorio. Ambos nos volvimos a mover despacito hasta satisfacernos por completo.

Nos acostamos uno al lado del otro mirando al techo, faltos de aire, vulnerables, tontos, hasta que cruzamos miradas y nos reímos uno con el otro. Harry se acomodó de lado, recostó la cabeza sobre la palma de la mano, me seguía mirando sonreído, me deslizó los dedos por el medio de los senos y me depositó la mano en el vientre, me pellizcó la piel y me preguntó: “¿Te sientes mejor ahora?” “Sí, relajada, pero quiero más…” y me volteé a mirarlo para evaluar su expresión. Se mantuvo sereno, no hizo ninguna expresión de sorpresa y me dijo que podíamos compartirnos las veces que yo quisiera preferiblemente en las mañanas porque en las tardes, después de trabajar él estaba comprometido. Yo no le hice ninguna pregunta al respecto, pero llegué a preocuparme por no saber el significado que él le daba a la palabra “comprometido”. Me mantuve en silencio y Harry me explicó que tenía una niña de 7 años a quien veía todas las tardes, la ayudaba con sus asignaturas y la acompañaba hasta que se quedara dormida. Yo entendí perfectamente su posición y me volvió a mover el corazón la sensibilidad de este hombre que con tanta facilidad confundía a la gente que lo veía como un hombre rudo y agresivo sin conocer su suavidad y ternura. “Yo no tengo inconveniente en que vengas en las mañanas. ¡Adelante, sigue siendo buen padre! Disfruta el crecimiento de tu hija, no lastimes ese compromiso, conmigo no tienes ni vas a tener ninguno. Tenerte cerca, compartir contigo a la hora de almuerzo me complace y me llena de lo que necesito por ahora. Si algún día entiendo que necesito más de ti o de un hombre te lo dejaré saber. Yo necesito un hombre a ratos, que atendiera mis necesidades y sienta deseos de complacerse conmigo, no necesito un esposo ni una sombra. Yo vengo de una familia numerosa y lo más que disfruto de mi nueva vida es el espacio y la privacidad”.

Harry me escuchó en silencio, mis palabras lo tienen que haber impactado, ¿de qué manera? No lo sé y no tenía interés de saberlo. Si él se sentía tan cómodo como yo de compartir sin ataduras era bienvenido en mi vida, de lo contrario no tenía ningún uso mantenerlo de incógnito ni como entretenimiento. Nunca argumentó sobre ese tema, nunca me hizo preguntas, nunca me reclamó ni me criticó…

Nos convertimos en amantes de madrugada. Muchas veces nos amamos en mi jardín. Me llegó a obsequiar flores para adornarlo con sus detalles y juntos compartíamos el rocío mañanero…

Artemisa©


2 comentarios:

Artemisa dijo...

Mis chicas me siguen sorprendiendo, todas firmes en sus convicciones y propositos de amar en libertad...
Alfonsina, una mujer realista con ganas de crecer y disfrutar de los placeres del sexo sin atarse, sin comprometerse. "No necesito un esposo ni una sombra", que palabras sabias para mantener su posicion de complacerse, complacerlo y seguir andando.

Kcfeo dijo...

Palabras con luz de un sabio bien pelu,
"a una flor no se le niega el rocio de la madrugada".
una vez mas el espejo de tu muza refleja una sonrisa de mi cara.