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VIAJE SIN RETORNO

 “Te espero mañana a las 9”- Así cerré la conversación con mi amiga Edna, quién me invitó a disfrutar de un sábado de playa entre amigos. Desconocía a la mayoría de las personas con quienes compartiría, pero me comentó que uno de los chicos estaba interesado en conocerme. Yo soltera, sin pretendientes en el panorama, acepté su invitación de buena gana.

Llevaba bastante tiempo sin compartir con caras nuevas por lo que me sentí muy entusiasmada por esta visita a la playa en grupo. “¿Quién será ese chico que me quiere conocer? ¿Qué le habrá dicho Edna de mi?”-pensé

A mis 22 años nunca había tenido un novio, ni una relación cercana a ser seria. Nunca había vivido la experiencia de estar en los brazos de un hombre. Tengo buen sentido del humor, no soy tan fea (hay más feas que yo) y soy sencilla, eso sí, hablo poco y quizás ese ha sido mi impedimento para relacionarme con chicos. Soy algo tímida, lo reconozco, pero es que como estoy algo pasadita de peso tengo temor a ser rechazada o que se burlen de mi persona. Antes de sufrir un desprecio prefiero no empeorar las cosas enamorándome de un imposible…


Llegamos a la playa a media mañana todos en caravana. El día estaba hermoso, un cielo despejado, un sol radiante, la mar serena, se perfilaba un día perfecto.

Según nos fuimos bajando de los autos, Edna se encargó de presentarnos a todos. Chicos y chicas, la mayoría eran caras nuevas para mí. Para no ser imprudente no le preguntarle a Edna en ese momento cuál era el chico interesado en mi, pero no hizo falta…. Andrés se acomodó a tomar sol a mi lado y compartimos jocosamente el resto de la mañana entre el mar y la arena. Compartimos un almuerzo ligero y me invitó a caminar por la playa.

Yo, por pudorosa y tímida, reconociendo que llevaba unas libras de más, me puso una camiseta (playera) sobre el bañador para disimular mis excesos. “Tu cuerpo se delinea hermoso, ¿por qué lo escondes? Enseña tus contornos, deleita con tu volumen.”-me dijo Andrés.

Para mi sorpresa lo complací sin titubear. Sus palabras me dieron un aire de seguridad y la animosidad de no importarme la opinión de los demás.

Caminamos una larga distancia tomados de la mano. Comentamos sobre experiencias amorosas (lógicamente me limité a escuchar por tener nada que argumentar), amores libres, además de cómo la mezcla del salitre, el vaivén de las olas, estar rodeados de cuerpos hermosos a medio vestir (refiriéndose él al mío) y la buena compañía incitaban los instintos sexuales. Andrés tenía razón, así mismo me sentía, pero no iba a especular falsas esperanzas con él que recién conocía. Sin embargo me fue despertando la curiosidad por todos esos detalles sabrosos acerca del sexo que había leído en revistas y que me moría por vivir en carne propia para darlos por verdaderos.

Convencida de que a mi edad ya el sexo no era sólo para enamorados, ni entregarse a una pareja era sinónimo de una relación eterna, pensé que con Andrés podía encontrar una respuesta a mis dudas. Y decidí aventurarme a dar el paso con él.

Nos fuimos alejando de todo y todos. Ya perdidos en un área solitaria, entre rocas y acariciante marejada, con un ardiente sol de testigo, me quité el bañador. Me sentí tan libre como un pez en el agua. Andrés no necesitó escuchar de mis labios mi determinación para entregármele, aún así no le quise comunicar mi atraso en los menesteres sexuales. Respondiendo a la libertad de haberme desnudado, observó con prisa los contornos de mi cuerpo. “Tienes un cuerpo hermoso”-exclamó mordiéndose los labios. “Gracias”-respondí con timidez y escepticismo. Apretó mis senos, delineó mi silueta con las manos, agarró mis nalgas con firmeza y me adhirió a su cuerpo como magneto. Me abrazó y continuó navegando por mis curvas. Me sujetó las nalgas con fuerza y me apuntó la entrepierna con su arpón.

Por mi falta de experiencia y por no saber como actuar y ni solicitar placeres, introduje ligeramente mis dedos en la cintura de su bañador. Sonrió y me preguntó: “¿Me lo quito, me quieres ver?” Y me limité a sonreír implicando acierto. Disimulé mi ausencia de destrezas, pero no desaprovecharía el momento, mi decisión era firme y real. Una vez se removió el bañador, más que observar toqué. Me aferré a su miembro como ganguera callejera que lleva batón en mano. Mis caricias y apretones debieron haber sido muy rudos o rápidos gracias a mi desconocimiento, pues me dijo: “Despacio Valentina, sin prisa” “¿Te gusta sentirlo?-preguntó “Sí”-respondí como niña boba. ¡No sabía que argumentar, no sabía qué decir, no sabía qué esperar! Pero sí sé que disfrutaba tocarlo y las respuestas de mi cuerpo me complacían. Se acercó a mis labios y me besó con pausa, acariciaba tu lengua con la mía como suaves marejadas espumosas…. Liberé su sexo y por ley de anatomía se localizó solo entre mis piernas a la altura de mi vagina. Carente de experiencia pero respondiendo a las necesidades de mi cuerpo y a mis impulsos curiosos me lo disfruté con un suave vaivén donde el roce de su pene contra mi clítoris celebraban una fiesta amistosa. Se separó de mis labios, me observó y sonrió con deleite.

Novata en mis destrezas como mujer, pero determinada a vivirlo todo, me ñangoté para saborear su sexo salado. Recordé las palabras de una amiga: “El sexo oral hacia un hombre es como lamer helado sin dejarlo caer del cono”. Con esas directrices tan ambiguas en mente lamí y lamí, saboreé y saboreé hasta percibir una reacción de satisfacción en Andrés. Recordé el detalle de no tener prisa, así que manejé mis lamidas y succiones a paso lento hasta reconocer que me estaba dando un banquete que no sólo mi boca, pero también mi cuerpo disfrutaba. Mi vagina, curiosa y solitaria latía sin cesar y podía sentir cómo mi canal sexual, vació e inhóspito contraía y relajaba sus paredes, lo que entendía que deseaba ser penetrada. Mi cuerpo lo solicitaba a gritos, lo sentía a flor de piel. Andrés mecía sus caderas contra mi boca para lograr una penetración profunda, lo manejé muy bien, aprendí rápidamente el uso de mis labios, boca y lengua en su sexo.

Se me dificulta determinar si estaba bien dotado o no, no tenía contra qué o quién compararlo, pero por el momento, sólo su existencia me hacía feliz. Sujeté su miembro con una mano y Andrés me llevó la otra hasta sus testículos. “¡Otra nueva experiencia para mi!”-pensé con alegría. Sabía cuán sensible era el área y traté de lucir como una mujer experta. Primero experimenté la sensación del tejido, era suave, se sentía tierno. Le fui sujetando los testículos uno a uno hasta que su impulso frenético me hizo tomarlos a ambos en la mano. Me atreví pensar que lo estaba haciendo bien cuando Andrés me dijo, “Estoy listo, ¿quieres que termine en tu boca?” Abrí los ojos como dos farolas, pero guardé la cordura. “¿En qué idioma me habló, terminar qué?”-grité en mi mente. Me resigné a asentir con su miembro en la boca. “Succiona duro, con fuerza”-añadió. “¡Al fin una instrucción!”-pensé agradecida de saber qué hacer en ese momento.

Andrés continuó empujando sus caderas contra mi boca. Yo succionaba como aspiradora tratando de complacer su petición. Pinchaba su miembro entre mis labios con fuerza y seguía succionando sin parar. La rigidez del miembro de Andrés aumentó considerablemente, creo haber sentido sus venas brotarse aún más. “Definitivamente aquí algo va a suceder”-pensé convencida. Hasta que de repente sentí como su sexo se desbordaba en mi boca. Emanaba una secreción tibia que entre succión y succión dejé escapar de mi boca porque si no lo hacía sabía que me ahogaría de lo abundante que fue. Sabía que estaba eyaculando, sería inexperta pero no ignorante, sólo desconocía el vocabulario. Succioné hasta la última gota de su explosión y me sentí orgullosa de haberlo podido lograr. “Aquí estoy aprendiendo toda a la vez”-pensé con satisfacción. “Pero y ahora, ¿me atenderá a mi?”-me pregunté confundida. “¿Que debo hacer ahora?”-pensé y me volvió a invadir el sentimiento de inseguridad por haber llegado cruda a esta etapa de interacción sin haberle dicho nada.

Finalmente me puse de pie. Andrés todavía respiraba con intensidad. En silencio –por no saber qué decir- lo tomé de las manos y me disparó una pregunta difícil: “Te quiero complacer, ¿dime que quieres? “A preguntas difíciles, respuestas sencillas”-pensé, y le respondí “Todo” ¡Con el pánico de no saber qué era lo que estaba pidiendo!

Eventualmente entendí que mi respuesta fue la más acertada. Andrés me pidió descansar mi cuerpo sobre la arena, me separó las piernas y con delicadeza, pero destreza se acercó a mi vagina sazonada por el agua de mar. No sentí vergüenza, ni  incomodidad. Me sentí a gusto de estar evolucionando en las manos de Andrés de señorita a mujer. Paso irreparable, posible de vivirse sólo una vez en la vida, pero estaba lista y mi cuerpo más que quererlo, lo necesitaba.

El primer contacto de la lengua de Andrés con mi vagina me provocó dar un salto de sorpresa, sorpresa que fue bienvenida por ser placentera y gratificante. En mis años de inexperiencia sexual no me inhibí de explorarme, me aprendí a masturbar desde mi joven y lo hacía con frecuencia, pero las caricias de Andrés superaban las mis dedos consoladores me habían otorgado. Yo sí sabía manejar mi orgasmo, pero “¿será prudente alcanzarlo ahora o habrá de “todo” eso que respondí a que me diera?” Andrés acarició mi clítoris de una manera espectacular. Deslizaba su lengua por mi sexo como si le perteneciera, como si lo hubiese saboreado antes, “es obvio, el hombre tiene experiencia”-pensé. No tuve la oportunidad de ocuparme en más dudas ni conclusiones. Me estimuló con palabras para que liberara el orgasmo que ya era inminente me lo solicitara o no. El contacto de su lengua con mi clítoris nunca antes lamido estaba feliz de responder a sus caricias. En el momento pico me dijo, “Aquí no hay nadie, te quiero escuchar en voz alta” Y liberé mis pulmones de aquella sabrosa sensación, que no tan novedosa para mí, pero sí de esa nueva manera. Gemí con libertad porque sí lo había disfrutado. Mi cuerpo se estremeció y tembló no necesariamente de frío. Andrés se acomodó sobre mi cuerpo y me dijo: “Que rico Valentina, eso te gustó mucho, ah? Todavía aturdida por aquel monumental orgasmo, el sol en los ojos y la lujuria que me invadía simplemente le dije que sí.

Andrés me ofreció las manos para ayudarme a levantar de la arena, extendió el brazo sobre mis hombros, comenzamos a caminar y me dijo: “Tu me lo pediste todo, lo que te voy a dar ahora te va a gustar todavía más” Caminé a su lado como robot, en silencio, con el deseo ardiente de ser penetrada, pero con el inevitable pánico a sentir dolor, más con la duda de si se daría cuenta de mi sellado calabozo.

Nos ubicamos de nuevo a los pies de las rocas donde las olas nos acariciaban los pies. Enajenada de qué hacer, me incliné sobre una de las rocas tratando de lucir provocativa. No sé si surtió efecto, pero al menos se me acercó y me besó, esta vez con ansias, con deseos... Yo supe responder de igual manera, mi excitación superó mis dudas y esperaba de él ese “todo” que se me había ocurrido pedir.

Ya dueña del momento me conduje con más libertad. Acaricié sus nalgas y acerqué su cuerpo al mío con poder y autoridad. Tomé su miembro con una mano para mantenerlo vivo y con la otra acariciaba su cabello para que no dejara de besarme. Me acarició los pezones duros a causa del viento fresco. Se inclinó y los pinchó entre sus labios. Esta vez no me tuvo que pedir escuchar mis gemidos, me salieron naturalmente y mi estado de excitación me exigía emitirlos. Se puso de pie nuevamente y se reconectó con mi boca. Deslizó sus dedos por mi entrepierna y comento: “Mmmmmm que rico, estas bien mojada, ¿todo esto es para mi? y me tomó la vagina como si me la fuera a arrebatar del cuerpo. “Todo para ti”-respondí como grabadora en automático.

Andrés me acarició los contornos del cuerpo, avanzó por mis curvas, me pellizcó la piel y exclamó: “¡Me fascina tu cuerpo, tus curvas me encantan, eres apetecible!“ Sonreí con picardía y asentí con la cabeza aprobando su gusto por lo que él consideraba mis encantos. Me salpicó un beso en los labios y me pidió que me recostara sobra la roca de espaldas a él. “Oh, oh, nueva experiencia, pero no deseada”-pensé y me pregunté cómo poder librarme… Para mi inmediato alivio, Andrés cruzó mi entrepierna y limpió mis fluidos vaginales, lo que me causó alivio, pero aún así tenía mis dudas de qué dirección tomaría. Miré sobre el hombro y observé cuando los impregnaba en su miembro. Me enderezó el cuerpo para que le diera completamente la espalda y se acercó a mi vagina hasta llegar a mi túnel clausurado. Hizo varios intentos por penetrarme y le fallaron. Acercó la mano y mi vagina, me palpó en el interior con los dedos y me preguntó: “¿Es esta tu primera vez Valentina?” Bajé la cabeza, respiré profundamente, lo miré sobre el hombro y algo avergonzada le respondí que sí.

Andrés titubeó hasta que pude entender sus palabras: “¿Tu estás segura de que estás preparada?” “Sí, totalmente segura”-respondí. “La virginidad se pierde sólo una vez, después de perdida es un viaje sin retorno”-añadió. Me viré hacia él y le dije con una fresca sonrisa en labios “Lo sé y te dije que estoy preparada” y le sujeté el miembro para resucitarlo. Pobrecito, la noticia de mi inhóspita vagina le hizo perder el entusiasmo. Una vez se lo logré endurecer, le volví a dar la espalda para acomodarme sobre la roca y separé las piernas. Andrés respiró hondo, se me acercó poco a poco y luego de varios intentos logró traspasar la muralla que había conservado como amuleto de la infancia. Al principio la penetración fue para mí más en un experimento que en otra cosa. Todos mis sentidos estaban concentrados en mi vagina. “Ve despacio”-le solicité. Y no por dolor, sino para disfrutar cruda y pausadamente la primera visita de un pene en mi vagina.

Finalmente la excitación floreció. Andrés aumentó la intensidad de sus movimientos y yo me sentí libre de mover mis caderas para satisfacerme con una penetración que se convertiría en el primer recuerdo de mi rezagada adultez. Me encantaban las sensaciones que se apoderaban de mi cuerpo y volví a sentir la urgente necesidad de luchar por otro orgasmo. Me incliné un poco más para facilitar su contacto con los puntos necesarios para facilitarme el orgasmo (otro detalle aprendido en las revistas). Crucé la fina línea de excitación a placer verdadero. Gemía sin parar moviendo mis caderas frenéticamente contra la pelvis de Andrés. Cerré los ojos, apreté los puños y disfruté por primera vez en mi vida de un orgasmo por penetración. Me temblaban las piernas pero me mantuve firme para esperar por Andrés, quién no demoró mucho en esparcir su tibia conclusión en salpicones sobre mis nalgas y espalda.

Una vez serenos, busqué la mirada de Andrés y con una sonrisa en los labios incliné la cabeza ligeramente en gesto de satisfacción. Andrés me invitó al agua y lo seguí con gusto.

Reanudé mi zaga de buen humor y para mi sorpresa me miraba con sobriedad y se forzaba a reír de mis comentarios. Guardé silencio para otorgarle espacio para que se expresara y no tardó en tomar la palabra… “¿Tu estas consciente de lo que acabamos de compartir, de lo que acaba de suceder aquí?-me preguntó con un tono de indignación, que entendí era producto de mi indiferencia a los hechos. “¡Claro que estoy consciente!”-exclamé sonriendo. “¿Y no tienes nada que decirme?”-exclamó con ironía. Lo observé por unos segundos, -sin descartar mi ignorancia en el plano sexual- pero para demostrarle mi conocimiento de la realidad en la que vivo, le dije: “Aprendí que el sexo no se agradece, es una mezcla de consentimiento, necesidad y deseo entre dos personas con el interés de expresar y liberar su tensión sexual y alcanzar placer. En este momento de mi vida el amor no necesitaba ser un factor determinante para compartir mi cuerpo. Así que con mi mente clara y bien orientada a no tener la necesidad, obligación o compromiso de enamorarme de ti por haberte entregado mi cuerpo y más aún; mi virginidad, planeo continuar mi vida como antes de conocerte; sola. Reconociendo que la entrega sí fue algo especial, pero la libertad no tiene precio….

Artemisa©





2 comentarios:

Kcfeo dijo...

Antes te dije que me encanta tu locura y tu poesia,hoy por cierto renuevo mis votos. No te cures, tu locura es fantastica.

Artemisa dijo...

Historia extensa, facil de leer, humor liviano, cargada de nuevos eventos para Valentina. La mujer moderna no pretende que el amor sea lo que desencadene un orden de eventos para poder experimentar "ciertos" placeres como individuo, considerados parte escencial de la vida; sexo. El punto de vista de un hombre cuando una mujer le entrega su virginidad no es develado en esta historia. No soy hombre para identificar lo que se siente y entender su significado. Pero si puedo reafirmar que las CHICAS de Artemisa la Cazadora, son eso mismo; CAZADORAS. Fieles creyentes del "amor libre y sin compromisos", calculadoras, aprendices y/o buenas amantes,pero jamas comprometen su LIBERTAD!
Por Artemisa el VIAJE SIN RETORNO el 20/07/11